"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él." 1 Juan 3:1
Este versículo nos invita a contemplar el amor inmenso de Dios, quien nos ha adoptado como sus hijos. No es un amor basado en méritos ni en lo que podamos hacer, sino en Su gracia y misericordia. Ser llamados hijos de Dios es un privilegio inmenso que cambia nuestra identidad y propósito en la vida.
El mundo no comprende esta realidad porque no conoce a Dios. A menudo, enfrentamos rechazo o incomprensión por nuestra fe, pero eso no debe desanimarnos. Más bien, debe recordarnos que nuestra verdadera identidad no proviene del reconocimiento del mundo, sino del amor del Padre.
Esta verdad debe transformar la manera en que vivimos. Si somos hijos de Dios, debemos reflejar su amor en nuestras acciones diarias. Esto implica vivir con gratitud, confianza y obediencia a su Palabra, sabiendo que nuestro valor no depende de lo que los demás piensen de nosotros, sino de lo que Dios ha dicho.
Cada día es una oportunidad para recordar que no somos huérfanos espirituales, sino hijos amados. ¿Estoy viviendo con la certeza de que Dios me ama y me ha dado una nueva identidad? ¿Estoy reflejando ese amor en la forma en que trato a los demás?
Oración:
Padre celestial, gracias por tu amor inmenso que me ha hecho tu hijo(a). Ayúdame a vivir con la seguridad de que mi identidad está en Ti y no en las opiniones del mundo. Que cada día pueda reflejar Tu amor a los demás y vivir como alguien que realmente pertenece a Tu familia. En el nombre de Jesús, amén.
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